El papel del ejercicio en la lucha contra la ansiedad y la depresión

El papel del ejercicio en la lucha contra la ansiedad y la depresión

La conexión entre cuerpo y mente siempre ha estado ahí, aunque durante mucho tiempo no le dimos la importancia que merece. Hoy, con los niveles de ansiedad y depresión disparados, el ejercicio físico ha dejado de verse solo como una cuestión estética: se ha convertido en una herramienta esencial para cuidar la salud mental.
Moverse, al fin y al cabo, es una forma de cuidar el alma.

1. Un antidepresivo que no viene en pastillas

No hace falta ser un atleta para notar cómo el cuerpo se transforma cuando se mueve. Un paseo rápido, una sesión de yoga o unos minutos bailando pueden generar un cambio real en el ánimo.
El motivo es sencillo: el ejercicio libera endorfinas, esas pequeñas moléculas de felicidad que hacen que el cerebro se sienta bien. También aumenta los niveles de serotonina y dopamina, neurotransmisores fundamentales para mantener el equilibrio emocional.

Investigaciones de la Harvard Medical School han demostrado que apenas 30 minutos de actividad física moderada al día pueden reducir los síntomas de la depresión hasta en un 40 %. No es magia: es biología. El cuerpo, cuando se activa, se convierte en su propio laboratorio químico del bienestar.

2. Cómo el movimiento calma la ansiedad

La ansiedad es esa sensación de alerta constante que no siempre sabemos controlar. El ejercicio ayuda precisamente a regular ese exceso de energía.
Cuando nos movemos, el cuerpo “reprograma” su sistema nervioso: disminuye la actividad del modo alerta (el simpático) y activa el de calma (el parasimpático). Es un reajuste natural que el cuerpo reconoce como descanso.

Además, moverse mejora la respiración. Quien corre, nada o monta en bici sabe que el aire se vuelve más profundo, más lento, más consciente. Ese simple gesto de inhalar y exhalar correctamente reduce las crisis de ansiedad.
Y hay algo más: el ejercicio da una sensación de control, de que el cuerpo obedece y responde. Esa percepción de dominio genera seguridad, algo que muchas personas con ansiedad necesitan recuperar.

Un estudio del Journal of Anxiety Disorders concluyó que quienes hacen ejercicio regularmente tienen un 60 % menos de probabilidades de desarrollar un trastorno de ansiedad. Un dato que refuerza una verdad sencilla: el movimiento protege.

3. Efectos reales sobre el cerebro

A nivel cerebral, el ejercicio actúa como un fertilizante. Mejora la circulación, oxigena las neuronas y estimula la liberación de BDNF (Brain-Derived Neurotrophic Factor), una proteína clave que ayuda a que el cerebro se mantenga joven, flexible y resistente.
Este proceso favorece la memoria, la atención y la claridad mental. No es casualidad que muchas personas digan que “piensan mejor” después de entrenar.

Por eso, hoy muchos psiquiatras integran el ejercicio en los tratamientos contra la ansiedad y la depresión. No sustituye a la terapia ni a la medicación cuando son necesarias, pero es un aliado poderoso, gratuito y sin efectos secundarios.

4. Qué tipo de ejercicio elegir

La clave está en moverse, no en obsesionarse. Lo importante no es el tipo de ejercicio, sino la constancia. Aun así, algunos tipos parecen especialmente beneficiosos:

  • Ejercicio aeróbico: correr, nadar, caminar o bailar libera endorfinas y mejora la circulación cerebral.
  • Entrenamiento de fuerza: levantar pesas o hacer calistenia refuerza la autoconfianza y ayuda a liberar tensión acumulada.
  • Yoga o pilates: combinan movimiento y respiración consciente, reduciendo el cortisol, la hormona del estrés.
  • Caminar al aire libre: el contacto con la luz solar aumenta la vitamina D, relacionada con un mejor estado de ánimo.

Según la OMS, bastan 150 minutos semanales de actividad moderada para notar resultados. Pero incluso 10 o 15 minutos al día pueden marcar la diferencia. Lo importante es moverse cada día, aunque sea poco.

5. El poder del ejercicio en compañía

Moverse también tiene un componente social que muchas veces olvidamos. Hacer deporte en grupo —salir a correr, apuntarse a clases colectivas o simplemente caminar con alguien— fomenta el sentido de pertenencia y reduce el aislamiento, uno de los grandes desencadenantes de la depresión.

Además, compartir objetivos o progresos crea una motivación mutua. Esa interacción genera oxitocina, la llamada hormona de la confianza, que nos hace sentir conectados y valorados.
No se trata solo de sudar, sino de sentirse acompañado en el camino.

https://www.sanidad.gob.es/home.htm

6. Empezar cuando falta la motivación

Quien ha sufrido depresión o ansiedad sabe que lo más difícil no es entrenar, sino levantarse y empezar. Por eso, la clave está en los pequeños pasos.
Un paseo corto ya es un avance. Mañana pueden ser diez minutos más. La constancia es más importante que la intensidad.

Algunos consejos útiles:

  • Empieza pequeño: cinco o diez minutos bastan al principio.
  • Crea una rutina: el cuerpo agradece la regularidad.
  • Elige algo que te guste: no todos disfrutamos corriendo; quizás prefieras bailar o nadar.
  • Registra tus progresos: ver resultados motiva más de lo que parece.
  • Busca apoyo: un amigo, un grupo o un entrenador pueden ser el impulso necesario.

No se trata de competir, sino de reconectar contigo mismo. Cada movimiento es una victoria.

7. Moverse también previene

El ejercicio no solo ayuda a recuperarse, también previene. Las personas activas tienen menos riesgo de desarrollar trastornos del estado de ánimo a lo largo de su vida.
El movimiento enseña al cuerpo y a la mente a manejar mejor el estrés, construyendo una especie de “resiliencia muscular y emocional”.
Incorporarlo desde la infancia o la adolescencia puede marcar una diferencia enorme en la salud mental futura.

8. Conclusión

El ejercicio es, probablemente, una de las medicinas más poderosas que existen. No cuesta dinero, no tiene efectos secundarios y sus beneficios van mucho más allá del físico.
En la lucha contra la ansiedad y la depresión, moverse es un acto de valentía.
No necesitas correr maratones ni pasar horas en el gimnasio; basta con dar el primer paso, ese pequeño gesto que le dice al cuerpo: “estoy contigo”.

Porque al final, el movimiento es una forma de esperanza. Y cada paso, por pequeño que parezca, es una manera de volver a sentirse vivo.

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