La conexión entre la alimentación y el bienestar emocional

La conexión entre la alimentación y el bienestar emocional

Durante décadas, se creyó que la comida servía únicamente para mantenernos en pie. Contar calorías, vigilar las grasas, sumar proteínas. Comer era casi un trámite biológico. Pero poco a poco la ciencia —esa vieja curiosa que todo lo cuestiona— ha ido confirmando algo que nuestras abuelas intuían desde siempre: lo que comemos no solo nutre el cuerpo, también modela el ánimo.

A decir verdad, cada bocado tiene un impacto en la forma en que sentimos, pensamos o incluso recordamos. Comer bien no es solo cuidar el físico: es una manera silenciosa de cuidar la mente.

El intestino, ese segundo cerebro que no sale en las fotos

Parece mentira, pero más del 90 % de la serotonina —la llamada “hormona de la felicidad”— se produce en el intestino, no en el cerebro. Sí, ahí mismo, entre digestiones y bacterias. En ese ecosistema diminuto vive el microbioma intestinal, un ejército de microorganismos que influye directamente en nuestro estado de ánimo, la ansiedad o el estrés.

Cuando lo cuidamos con alimentos frescos, fibra y fermentados, el cuerpo responde: hay más serotonina, más dopamina, más calma. Pero cuando lo saturamos con azúcares, grasas o ultraprocesados, ese equilibrio se rompe. Y lo que a veces llamamos “mal día” puede tener más que ver con lo que hay en el plato que con lo que ocurre fuera.

Michael Gershon, el neurogastroenterólogo que bautizó este fenómeno, lo dijo sin rodeos: “Cuidar lo que comes es cuidar tu mente.” Y cuesta llevarle la contraria.

Alimentos que levantan el ánimo

No hay milagros, pero sí hay aliados. Los pescados grasos como el salmón o las sardinas aportan omega-3, fundamentales para el cerebro. Las frutas y verduras frescas, con sus antioxidantes, ayudan a reducir la inflamación y mejoran la concentración.

Los cereales integrales estabilizan la glucosa y evitan esos cambios bruscos de humor que tanto desconciertan. Los frutos secos y las semillas son una fuente natural de magnesio, que actúa como un ansiolítico discreto pero eficaz. Y, claro, el chocolate negro (el auténtico, con más del 70 % de cacao) estimula las endorfinas: ese toque dulce que reconcilia con el mundo.

Por si fuera poco, el yogur natural y el kéfir aportan probióticos que fortalecen el microbioma intestinal. No son simples postres: son refuerzos para el bienestar emocional.

Los saboteadores del buen humor

Luego están los otros, los enemigos del equilibrio. Los azúcares refinados, por ejemplo, que disparan la energía durante media hora para luego dejarte exhausto. Los ultraprocesados, que se venden como soluciones rápidas pero no alimentan, solo confunden a tu cuerpo.

Y sí, también hay que hablar de la cafeína y del alcohol. La primera, en exceso, acelera más de la cuenta; el segundo, aunque parezca relajar, termina alterando la producción de serotonina. Vamos, que lo que empieza como un alivio puede terminar en más ansiedad o mal descanso.

No se trata de prohibir nada —sería absurdo—, sino de recordar que cada elección suma o resta. Comer bien no debería vivirse como una penitencia, sino como un favor que nos hacemos a nosotros mismos.

https://www.abc.es/salud/?ref=https%3A%2F%2Fwww.abc.es%2Fbienestar%2Falimentacion%2Finfluye-alimentacion-estado-animo-20230719122724_noticia.html

La dieta mediterránea, un modelo que resiste el tiempo

Entre todas las formas de alimentarse, la dieta mediterránea sigue siendo la joya de la corona. Frutas, verduras, legumbres, aceite de oliva, cereales integrales y pescado. Simple, equilibrada, sabrosa.

Según un estudio del University College London, quienes siguen este patrón tienen un 33 % menos de riesgo de sufrir depresión. Y la explicación es bastante clara: los nutrientes antioxidantes y antiinflamatorios protegen las neuronas y mejoran la comunicación entre ellas.

Más allá de sus beneficios, la dieta mediterránea es casi una filosofía. Comer despacio, compartir mesa, disfrutar de lo cotidiano. Porque al final, el bienestar también se cocina a fuego lento.

Constancia, no perfección

El bienestar emocional no depende de comer perfecto. Nadie lo hace. Lo importante es la constancia. Es decir, lo que repites cada día, no lo que te saltas de vez en cuando.

Algunos consejos sencillos:

  • Varía colores y texturas en tus comidas.
  • Desconfía de las dietas que prometen milagros.
  • Bebe agua, más de la que crees necesaria.
  • Come sin pantallas y escucha al cuerpo.

La alimentación consciente —esa costumbre de saborear de verdad— puede parecer una tontería, pero transforma la relación con la comida. Te enseña a identificar el hambre real, a disfrutar sin culpa y, sobre todo, a estar presente.

El círculo virtuoso entre cuerpo y mente

Cuando comes bien, te sientes mejor. Y cuando te sientes mejor, eliges comer bien. Un ciclo positivo que se alimenta solo. Por eso, los expertos en psicología nutricional insisten: la dieta no debe verse como castigo, sino como autocuidado.

Cada plato es una pequeña declaración de amor propio. Una manera de decir: “me importa cómo me siento”.

En resumen

La relación entre lo que comemos y lo que sentimos es mucho más profunda de lo que imaginamos. La comida no solo sostiene el cuerpo; también da forma al carácter, al humor, a la energía con la que afrontamos el día.

Así que la próxima vez que te sientes a comer, hazlo con calma. Mira el plato, piensa en lo que te aporta, en cómo te hará sentir. Porque comer bien no es una moda, es una forma de estar en paz.

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